lunes, 21 de abril de 2008

El 68: “Haiga sido como haiga sido”

Carlos Monsiváis¿Cómo será el 2028 el cuadragésimo aniversario del 6 de julio de 1988, el día del fraude que precipitó la caída del sistema y el ascenso irresistible al poder de Carlos Salinas? ¿Y de qué manera se han de conmemorar en 2046 los 40 años de la inmensa operación fraudulenta que ha depositado en Los Pinos, “haiga sido como haiga sido”, al autor de la frase anterior? Por lo pronto, no anticipo nada muy categórico: si los 500 perredistas asesinados en el sexenio de Salinas no han merecido la vindicación del PRD y de la izquierda, el 2006, tal como se ha visto en las recientes elecciones del IFE, fue y sigue siendo un mal, pésimo momento de la credibilidad nacional, pero la clase en el poder, siempre más económica que política, se moviliza por otros lados. Lo caido, caido; lo pasado, pasado; que vengan “los intelectuales independientes y críticos” y le echen toda la culpa a los defraudados.Mientras, se prepara el aniversario del movimiento estudiantil del 68 y del 2 de octubre. Aquí sí, por la matanza, el recordatorio será masivo y permitirá extraer lecciones sobre la memoria histórica.Las batallas contra el olvido¿Por qué el 68 persiste como fecha fundacional? Las razones de la permanencia son diversas:—El movimiento y la matanza ocurren en la ciudad de México, con varios millones de habitantes.—Los presos políticos (más de 100) son, por su valerosa denuncia, una movilización orgánica contra la impunidad.—Es abrumadora la experiencia de activistas y simpatizantes del movimiento. Al cabo de los años, los días de la lucha se vuelven el relato, el mito, la fábula de una generación.—Se producen libros que alcanzan a cientos de miles. El más difundido y de consecuencias más visibles es La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, pero también son importantes El movimiento estudiantil de México. Julio-diciembre de 1968, de Ramón Ramírez; Los días y los años, de Luis González de Alba, y un alud testimonial, en donde tiene sitio relevante El grito, el filme de Leobardo Martínez Aretche.—La poesía desempeña un papel central. Al poema de Octavio Paz (“Si una nación entera se avergüenza…”) lo siguen textos de gran resonancia de Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Juan Bañuelos y José Emilio Pacheco. El contraste con otras represiones masivas es extraordinario, porque lo usual ha sido el silencio, excepción hecha de poemas magníficos de Efraín Huerta contra la barbarie de las fuerzas de seguridad, como Mi país, pobre país.—El lema “2 de octubre no se olvida” es de una eficacia notable, porque es la primera consigna del recuerdo asumido como deber político. Y cada año el lema vertebra las marchas, alegres y combativas, no obstante la intervención en años recientes de grupos de provocadores de “ultraizquierda”. Al relevo generacional del compromiso lo marca el “2 de octubre no se olvida”. Esto culmina con la estela conmemorativa en la plaza de las Tres Culturas.—Muy pronto se disipa el miedo a las represalias físicas, penales o laborales en caso de protesta por la matanza de Tlatelolco. Si el régimen sigue autoritario, su capacidad inhibitoria disminuye en el DF. Ya en 1971, Luis Echeverría exhibe su afán de reconciliación con los sectores del 68. Por supuesto, tal “apertura democrática” es falsa, pero la matanza es a tal punto un hecho límite que modifica el discurso y en buena medida las prácticas de la represión.En La condición humana, Arendt utiliza como epígrafe una frase de Isak Dinesen: “Todos los sufrimientos pueden soportarse si los incorporas a un relato o los haces el tema de una historia”. A lo largo de 34 años, el 68 se vuelve parte entrañable del mito fundacional: “Así comenzó la democracia, en las calles, en los mercados, en la plaza de las Tres Culturas, en el penal de Lecumberri”. Este arraigo narrativo, el atisbo entre disparos del fin del autoritarismo, atraviesa por momentos depresivos, mentiras y bravuconadas del PRI, jactancias del régimen, asimilación oficial de un segmento enorme del liderazgo de izquierda, humor repetitivo sobre “las viudas del 68”, escepticismo por la existencia misma de la justicia, creencias en “la eternidad del sistema”...Con todo, el 68 no desaparece, es la referencia interminable, el rito de tránsito de una generación que al evocarlo habita su “edad de oro”, la demanda de justicia que siempre comienza porque nunca es atendida. Y toca a los escritores y al grupo de expresos políticos insistir en lo no mítico del 68: la impunidad de los victimarios. Y los sufrimientos son parte temática de la historia de la reivindicación de la justicia.La fortaleza de la impunidad¿Qué protege del olvido histórico? Intervienen en contra de la memoria el deseo de exceptuarse del castigo que en el camino se torna complicidad involuntaria, la resignación, reflejo condicionado de lo que se considera la “impotencia” civil, y la falta de pruebas legales. Desaparecen filmaciones y fotos del 2 de octubre, incluidas las que esa misma noche transmite el noticiero Excélsior; se inhibe la difusión del material “excéntrico”, y el proceso judicial es todo menos eso. Se falsifican pruebas o ni siquiera se toman esa molestia, y no hay acceso a los archivos de Gobernación, la PGR y Secretaría de la Defensa. Todo es cortina de humo por si en el porvenir se filtran los seres inquisitivos.Al parecer, 68 está muy lejos, y la moraleja es simple: la “reparación de daños” del 68 es lo irrepetible de una matanza de civiles indefensos en la capital del país. Y —el mensaje gubernamental es preciso— ya es inútil querer el proceso legal de los responsables. ¿A quién le atañe exhibir a jueces, magistrados, jefes policiacos y militares, procuradores, secretarios de Estado? Los ex presos presentan denuncias jurídicas bien fundamentadas, y las publicaciones continúan, entre ellas, Parte de guerra, con el testimonio del general Marcelino García Barragán recogido por Julio Scherer García, que obtiene lectores pero ninguna respuesta del gobierno, que todo lo da por inaudible o inexistente.La derrota del PRI el 2 de julio de 2000 modifica el panorama. La caída del presidencialismo y el derrumbe de los aparatos de control, no exactamente lo mismo, precipitan la liberación de fuerzas y le conceden espacio —la rehabilitan por así decirlo— a la indignación moral. Así la exhumación de testimonios del 68 no se origine en un buen número de casos por motivos éticos, la recepción de fotos, declaraciones y decisiones jurídicas sí ocurre en el territorio de la ética.A las fotos de Proceso se añaden las series gráficas de La Jornada y EL UNIVERSAL. No va quedando duda: Tlatelolco es el resultado de una despiadada conspiración gubernamental. Al Ejército, que nada tenía que hacer en la represión a civiles desarmados, y ésta es la gran provocación inicial, también se le embosca. Según García Barragán, el responsable directo es el jefe del Estado Mayor, Luis Gutiérrez Oropeza; según otros, la culpa se reparte entre Díaz Ordaz, el general Gutiérrez Oropeza, el secretario de la Defensa, García Barragán, y el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, más la responsabilidad asumida con entusiasmo por el PRI entero y los sectores del poder económico. Pero el debate se intensifica al sucederse en cadena los testimonios, entre ellos el del camarógrafo que filma esa tarde en Tlatelolco desde el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores.No se avanza en la calificación jurídica del 2 de octubre; sí en su calificación nacional: no se olvida.
http://dechivolostamales.blogspot.com/2008/02/el-68-haiga-sido-como-haiga-sido.html

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