viernes, 25 de abril de 2008

Tres días fuera del mundo

Nota sobre un libro de Paco Ignacio Taibo II
Paco Ignacio Taibo II es autor de un pequeño libro llamado 68. Apenas por encima de las cien páginas, el libro es una crónica, la más emotiva y sin embargo la menos afectada que yo he leído, del año de las revueltas estudiantiles mexicanas
Es también una de las más inteligentes a pesar de ser de las menos intelectualizadas: no soy muy amigo de los libros de Poniatowska, que me parecen siempre abrigar la esperanza de convertir en drama lo que ya es dramático de por sí, y las crónicas de Monsiváis sobre el tema, con toda su lucidez, me suenan siempre como poseídas por esa tendencia a la ostentación del intelecto, que malogra tanta literatura mexicana, esa que en inglés se calificaría con un solo adjetivo: "self important".Hay otro motivo para mi preferencia: Poniatowska y Monsiváis construyen sus relatos del 68 mexicano de manera tal que todo parece conducir a la matanza de Tlatelolco o provenir de ella: Tlatelolco se transforma en suceso trágico (en el sentido clásico del término), en un acontecimiento demasiado grande y demasiado significante, un sol que brilla con tal fuerza que los demás hechos en torno a él desaparecen, se opacan, se esconden en la sombra.En el 68 de Taibo, que es su memoria personal de los hechos de aquel año, ocurre una cosa singular: Taibo, como se sabe, era un joven estudiante universitario en aquel tiempo, y es un mexicano de primera generación, hijo de un escritor español. Según la gran manifestación de la Plaza de las Tres Culturas se aproximaba, y el ambiente en el DF se hacía más y más denso y ominoso, su padre decidió sacarlo de México: lo trepó en un avión y lo mandó a España.Taibo estuvo fuera de México sólo tres días del año 68: el día de la masacre, el día anterior y el día siguiente. En su crónica, esos tres días epicéntricos desaparecen porque él no pudo ser testigo de ellos, pese a haber estado muy involucrado con todo el movimiento antes y después. Y al pasar por alto en su relato (y en su memoria) las setenta y dos horas que para todos los demás cronistas son el clímax de la historia, su 68 se vuelve, casi paradójicamente, más comprensivo, más agudo, más capaz de articulación: es como si Taibo, al no haber tenido que cerrrar los ojos ante la explosión, al haberla visto o apenas intuido de lejos, sin que las esquirlas le estallaran en la cara, tuviera una visión más lúcida del proceso y una fijación menos obsesa con su hecho más atroz.El libro, entonces, se vuelve una pieza importante de reflexión para quienes se interesan en el tema de la literatura testimonial y la crónica de la violencia, y aun más para quienes se aproximan a ello desde las teorías de trauma y sus avenidas circundantes. Planeta México lo ha publicado y reeditado más de una vez; no sé si se encuentra en Lima, pero debería: es uno de esos libros extranjeros que valen la pena para quienes quieren comprender algo más de nuestra literatura reciente y el modo en que ella puede reconstruir o comprender nuestro pasado: lectura sobre todo crucial para los que sin señalar motivo dicen que sólo quienes estuvieron presentes en un hecho violento pueden hablar sobre la violencia con cierto entendimiento.

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